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una banda de dos

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Con la primera luz de la mañana nos ponemos en marcha rumbo a nuestro destino, el pequeño pueblo de Taneka Koko, en plena sierra de Atacora, al noroeste de Benín. Gracias a los contactos en la zona de nuestro guía Eulog vamos a ser los primeros  yovos  - blancos-  en presenciar  una de las ceremonias  más impactantes del África negra, y sin duda no apta para todos los públicos. Según  nuestras últimas informaciones la ceremonia de iniciación del grupo de jóvenes yom dará comienzo hoy al mediodía, así que tenemos un largo camino por delante desde Gbanamé.

 

Taneka Koko, que en su lengua significa: “bajo la roca” es la sede de la monarquía taneka, que aunque en la actualidad abraza la religión musulmana, sigue manteniendo vivos los ritos y tradiciones animistas de sus antepasados. A nuestra llegada el sonido de los tambores resuena en el aire, apenas vemos gente y la excitación se palpa en el ambiente, sin duda la ceremonia ha dado comienzo. Volamos con nuestras cámaras al hombro hacia el lugar en que la gente se agolpa alrededor del  grupo de iniciados, que a partir de mañana serán reconocidos como hombres con plenos derechos a ojos de su pueblo. Los cuatro chicos, pertenecientes a la familia real de Taneka, llevan años preparándose para este momento, que va a marcar un antes y un después en sus vidas. Ehuzu y su hermano gemelo Batamkuata,  Yorobo y Yemlé, con edades comprendidas entre veintisiete y veintinueve años tendrán que demostrar  que son dignos de pertenecer a su clan; si superan esta última prueba con coraje, su estatus dentro del poblado aumentará y serán considerados como verdaderos hombres a los que se tendrá en cuenta en las decisiones que su pueblo tenga que tomar en el futuro. 

 

El ritmo es frenético, descalzos y ataviados únicamente con un faldellín de cuentas y el collar ceremonial, bailan al son de los tambores rodeados de todos los miembros de su familia, que grita sus nombres al borde del éxtasis. Las mujeres han maquillado sus ojos y ungido su piel con mantequilla de karité  para la ocasión, llevan pendientes de colores y su miembro envuelto en un saquito de piel atado a la cintura. Cada uno de los iniciados se acompaña de un hombre mayor, ya circuncidado, que apadrina a su pupilo y le muestra cómo debe bailar. Los pies desnudos golpean la tierra, al mismo tiempo que agitan una especie de plumeros blancos llamados Yemdu, que sostienen en cada mano. Son objetos sagrados, portadores de una magia tan poderosa que se debe recoger cada pelo que cae al suelo después del baile, para evitar que esa magia pueda ser utilizada con malos fines en contra de los danzantes. Los iniciados provocan a su público, haciendo sonar los silbatos, moviéndose cada vez más deprisa, avivando a la masa que responde enardecida. De pronto la música cesa y cada muchacho se coloca muy quieto ante el jefe o fetichero de turno con su rostro oculto tras los yemdu, este toca sus piernas, evalúa su fuerza, mide su coraje y finalmente le da su bendición.

 

El ritual se repite durante dos días ante cada jefe y fetichero de la zona, con apenas tiempo para el descanso, pero la magia protege a los iniciados contra el cansancio, hasta el momento álgido de la circuncisión, entonces el agua purificadora les despojará del poder que los feticheros les han otorgado, y solo quedarán ellos ante el dolor y la mirada atenta de todo su pueblo. El momento de la verdad ha llegado y el primero de los chicos, Yorobo, avanza entre la multitud que se agolpa a su alrededor para ser testigos del gran momento, atentos a que ninguno de ellos muestre el más mínimo gesto de dolor o miedo, puesto que eso acarrearía la vergüenza para él y su familia. Intentamos aproximarnos, pero el gentío es tal, que no conseguimos avanzar ni un centímetro, tendremos que esperar una segunda oportunidad.

En esta ocasión le toca el turno a Ehuzu, su rostro tenso, su mirada decidida, llega hasta el lugar donde tendrá lugar la circuncisión, que no es más que un agujero en el suelo de tierra donde recostarse, mientras el maestro de ceremonias empuña el cuchillo sagrado. Defendiendo nuestra posición con uñas y dientes conseguimos colocar, nuestras cámaras en buena posición, aunque en ocasiones la misión es casi imposible. Ehuzu,  se acuesta  muy quieto sobre el suelo con los yemdu cubriéndole el rostro , los feticheros se toman su tiempo en esta última parte del ceremonial, mientras la concurrencia contiene el aliento; uno de ellos sujeta el pene del muchacho retrayéndolo con fuerza, mientras el otro corta la piel de un tajo certero. El público estalla en júbilo gritando su nombre, y los miembros de su familia lo aúpan llevándolo en volandas, mientras uno de ellos sostiene en su mano el miembro mutilado. Uno tras otro, el ritual se repite hasta que todos los chicos pasan la prueba que les convierte en hombres de pleno derecho. La muchedumbre estalla de nuevo lanzando polvo de talco al aire como símbolo de pureza, la algazara es total.

 

Mientras, los iniciados apartados del bullicio general, lidian con el dolor como pueden, intentando no desmayarse a pesar del brutal corte que apenas ha dejado unos centímetros de piel en la zona  lacerada. Varios hombres atienden a los chicos untándoles la herida con mantequilla de karité y hojas de platanero. Apenas pueden mantenerse en pie entre la tensión de los últimos días, el cansancio y el dolor. La prueba ha sido superada, pero sin duda a un alto  precio. Aceptan sin dudarlo algo de analgesia, que gracias a mi profesión, llevo siempre conmigo en el equipaje. A la luz de mi frontal  no puedo evitar comparar el cuidado con el que preparo las inyecciones y extraigo las gasas estériles de mi botiquín, con las medidas higiénicas de la choza en la que vivirán los próximos meses,  y del propio cuchillo con el que han realizado el ritual y que por supuesto es el mismo para todos. Agotados, nos despedimos de los chicos con la esperanza de que el analgésico y el cansancio venzan al sufrimiento y les permita descansar a pesar de todo.

Una nueva etapa comienza para ellos, atrás quedaron meses de preparación, la excitación del baile, la tensión del momento, el dolor, que les recordará durante meses que ya son miembros completos de su clan, dignos de respeto y capaces de afrontar los retos que el futuro les depare.

A la mañana siguiente, bajo un manto de nubes que amenaza lluvia, regresamos al pueblo impacientes por comprobar cómo se encuentran. Sorprendentemente están  enteros y con un ánimo estupendo, sus heridas han dejado de sangrar aunque se mueven con cierta dificultad. Hoy es otro gran día de fiesta en el que volverán a honrar a cada uno de los jefes y feticheros del poblado,  junto al grupo de jóvenes que pasará por el mismo trance el año próximo. Un cuerno de madera y un báculo, que  sostienen en todo momento, protege su cuerpo y acelera la cicatrización de sus miembros mutilados.  Las mujeres han preparado un festín, consistente en puré de mandioca, carne de cabra, arroz, queso y por supuesto toneladas de cerveza de mijo, denominada  tchoukoutou, que no puede faltar en cualquier conmemoración que se precie. Los ánimos se van calentando, todo está ya preparado para el gran día y los tambores retumban de nuevo “bajo la roca”.

 

 

Ceremonia de iniciación de la etnia Yom.

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